SOLANA Saucedo, Rafael
Veracruz, Veracruz, 1915
México, D. F., 1992

 
Archivo General de la Nación Fondo Hermanos Mayo.

ramaturgo, periodista, crítico teatral, cronista taurino y guionista de cine. Originario del puerto de Veracruz, nació el 7 de agosto de 1915 y a la edad de 14 años se inició en el periodismo, oficio que ejerció por más de 63 años en diversos diarios como El Universal, Excélsior, El Día y la revista Siempre!. Falleció el 6 de septiembre de 1992 en la Ciudad de México.

Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras (1930-1937) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Rafael Solana, Octavio Paz, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez y otros intelectuales, fundaron la revista Taller (1938), uno de los proyectos periodísticos de difusión cultural y artística más importantes de su tiempo.

Considerado pilar del periodismo y de la crítica teatral, así como innovador de la comedia mexicana de los años 50; Solana fue un promotor incansable del arte dramático y la cultura nacional. Desempeñó varios cargos, entre los que destacan: Secretario particular de Jaime Torres Bodet, cuando este fungía como titular de la Secretaría de Educación Pública (1958-1964); presidente y fundador de la Asociación de Críticos de Teatro de México; secretario general de la Federación de Uniones Teatrales y titular de la Unión de Cronistas de Teatro y Música. Además de director de relaciones públicas del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada (1967-1968).

Como cronista taurino y autor de libros con ese tema usó el seudónimo de José Cándido. Entre sus obras de teatro tenemos: La isla de oro (1952), Estrella que navega (1953), Sólo quedaron las plumas (1953), Debiera haber obispas (1954), Lázaro ha vuelto (1955), Camerino de segunda (1955), A su imagen y semejanza (1957), Vestida y alborotada (1965), Los lunes salchichas (1967), Tres desenlaces (1967); Pudo haber sucedido en Verona (estreno 1982), galardonada con el Premio Juan Ruiz de Alarcón, en 1983; La pesca milagrosa (1987), Pellizque en otras partes (1987), Pláticas de familia (1988), Cruzan como botellas alambradas (1988) y Una vejez tranquila (1988). Mientras que en poesía, es autor de Ladera (1934), Los sonetos (1937), Los espejos falsarios (1944) y Alas (1958).

Rafael Solana es autor del ensayo Garcilazo rodeado de sus palabras; de los libros de cuento: El envenenado (1939), La trompeta (1941), La música por dentro (1943); de las novelas: La casa de la santísima (1960), El palacio Moderna (1960), Juegos de invierno (1970), Viento del sur (1970) y Bosque de estatuas (1971). Además de la crónica Mojigori (1964), y las obras de crítica Leyendo a Lotti (1951), Leyendo a Queiroz (1962), Oyendo a Verdi (1963), Musas latinas (1969) y Leyendo a Maugham (1980).

Mario Almada e Isela Vega,
protagonistas de La viuda negra (Dir. Arturo Ripstein, 1977)

En 1941 Solana Saucedo incursionó por vez primera en el cine con el guión de La guerra de los pasteles (Dir. Emilio Gómez Muriel, 1943), mismo que tendría una segunda versión en 1978. Vendrían películas como Sol y sombra (Dir. Rafael E. Portas, 1945); A media luz / Salón Fru Fru (Dir. Antonio Momplet, 1946), por la que en 1948, estuvo nominado al Ariel por Mejor Adaptación; Asesinos S.A. (Dir. Adolfo Fernández Bustamante, 1956); además de que su obra Debiera haber obispas, fue adaptada para la realización de la cinta La viuda negra (Dir. Arturo Ripstein, 1977), la cual obtuvo varias nominaciones a los Arieles en 1984.

Rafael Solana vendió dos veces Debiera haber obispas, para el cine: “La primera en 1965 a Dolores del Río, quien le dio un anticipo de quince mil pesos, (…); pero cuando lo vendió por segunda vez, luego de que los derechos de Dolores del Río habían prescrito, exigió como condición primordial que le fueran devueltos los quince mil pesos a Lolita, cosa que sucedió (…)”. (Rafael Solana ya está de acuerdo con el filme basado en Debiera haber obispas. El Nacional. 2a. Sección, 21 de junio de 1984. P. 6)

Acerca de la importancia de los argumentos en la producción cinematográfica, Paulita Brook planteó: “Con la excepción de un pequeño porcentaje, nuestras películas fallan lamentablemente por el argumento y como éste en el cine equivale a los cimientos, por muy sólidos, maduros y bellos ventanales que posea la cinematográfica arquitectura, el edificio caerá por tierra uno u otro día. (…)

Para ver las cosas a través del mismo cristal, para conocer mejor su punto de vista, visitamos a tres de los más acreditados argumentistas [Edmundo Báez, Dino Maiuri y Rafael Solana] (…) ”. (Sea usted el juez. Los argumentos en el banquillo de los acusados. Por Paulita Brook. México Cinema. No. 122, 1954. PP. 24 y 25)

Solana por su parte, comentó: “(…) La prueba de que la falta de los argumentos radica en lo dicho —agregó el poeta—, es que, en cuanto la adaptación es hecha por un buen escritor —Báez, por ejemplo—, la película resulta digna y decorosa, como La casa de las muñecas.

“El ejemplo más claro del desprecio por el escritor lo constituye La red, de Emilio Fernández, quien quiso demostrar con ella que puede prescindirse de la historia, pero aunque haya recibido un extraño premio en Cannes, no logró el objeto que Fernández se proponía, ya que nuestro público —que es el que cuenta— no la aceptó.

“(…) La culpa, pues, de esta falla de nuestro cine —concluye Solana—, recae sobre el productor, que comete el error de despreciar el profesionalismo de los verdaderos escritores, ya sea ignorándolos, ya sea limitándolos hasta el máximo” (Ibid).

Por otro lado, al hacer su balance de una década en las letras en México en 1948, Rafael Solana señaló lo siguiente: “Una forma literaria que no existía hace diez años es el cine. Los primeros años de la industria fílmica mexicana prescindieron de los autores; alguno de los empleados de la compañía productora escribía las líneas, que luego el director y los actores modificaban a su antojo, como cosa de escasa importancia; las tramas tampoco merecían atención; generalmente se usaba la misma en todas las películas, cuya heroína se resistía a entregarse al patrón, pues amaba al caporal, aunque se sentía presionada por la hipoteca que gravitaba sobre las cortas tierras de su padre.

“Recientemente muchos de los escritores mexicanos de más talento se incorporaron al cine. Para algunos fue una aventura productiva sólo desde el punto de vista económico, pero en la que no ganaron nuevos prestigios literarios.

“(…) Este fue el caso de Salvador Novo, que aunque no produjo nada de especial valor cuando fue al cine a hacer Perjura, El signo de la muerte y Un capitán aventurero, si motivó, con el prestigio de su nombre, el que otros autores distinguidos accedieran a colaborar en películas.

“Quienes más asiduamente lo han hecho han sido Xavier Villaurrutia, José Revueltas, Mauricio Magdaleno, Nefatlí Beltrán, Luis G. Basurto, Alberto Quintero Álvarez, Octavio Novaro, Leopoldo Baeza y Edmundo Báez, han sido también autores de scripts. El autor de este artículo [remarca Solana] lo fue también de media docena de libretos cinematográficos ya filmados.

“Algunos novelistas, como Rubén Romero y Francisco Rojas González han facilitado los asuntos de sus novelas para ser llevados al cine; y algunas dramaturgas como la señora D´Erzell han vendido sus obras para que fuesen filmadas.

“Un caso inverso, el de un autor que con un libreto de película haya hecho un libro, en vez de hacer de uno de sus libros un libreto fílmico, ha sido Francisco Monterde, cuya hermosa obra Moctezuma en la silla de oro, originalmente fue concebida como asunto cinematográfico.

“Julio Bracho y Emilio Fernández, el primero con un previo prestigio literario que no tenía el segundo, han escrito los asuntos de algunas de las mejores películas mexicanas (…)”. (Diez años en las letras en México. México en el arte. Tomo IV, Instituto Nacional de Bellas Artes, Septiembre-Octubre de 1948. PP. 3-16)

Doctor Honoris Causa por la Universidad de Yucatán, Rafael Solana recibió los premios Nacional de Crónica (1975), Nacional de Periodismo (1981) y Nacional de Letras (1986).