ROMERO González,
José Rubén
Cotija de la Paz,
Michoacán, 1890
México, D. F., 1952 |
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Escritores
en la Diplomacia Mexicana, tomo II.
Secretaría de Relaciones Exteriores, 2000. P.
66
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scritor
y diplomático. Nació el 25 de septiembre de 1890
en Cotija de la Paz, pueblo del estado de Michoacán que
pertenecía al distrito de Jiquilpan. Murió en
la Ciudad de México, el 4 de julio de 1952.
Considerado por el escritor José
Luis Martínez como “un escritor de la línea
popular y provinciana. Sus únicos estudios formales fueron
los primarios y, sin embargo, fue rector de la Universidad de
Michoacán, cónsul general y embajador del Servicio
Exterior mexicano, académico correspondiente y de número
de la Academia (…) y sobre todo, fue el autor de seis
espléndidas novelas de inspiración provinciana,
con algunos relieves que lo ligan también con los novelistas
de la Revolución. Fue un hombre simpático, decidor,
mujeriego, jugador y generoso; fue liberal, adicto a las ideas
revolucionarias, amigo de los presidentes Obregón, Ortiz
Rubio y Alemán, y poco afecto a los conservadores”.
(MARTÍNEZ, José Luis. José
Rubén Romero. Vida
y obra. P. 43. En: Escritores
en la diplomacia mexicana. Secretaría de Relaciones
Exteriores, México, 2000, 428 PP.)
En 1921 ingresó en la
Cancillería como jefe del departamento de Publicidad
y luego del Administrativo. En 1930 el presidente de la República,
Pascual Ortiz Rubio, su paisano y amigo —de quien había
sido secretario particular cuando fue gobernador de Michoacán
(1917-1920)— lo nombró cónsul general en
Barcelona, en donde publicó su primer libro en prosa,
Apuntes de un lugareño
(1932). De regreso en México se desempeñó
como director del Registro Civil (1933) y regresó a Barcelona
en 1935. En 1941 publicó su novela El
pueblo inocente, por la cual ingresó a la Academia
Mexicana de la Lengua, con el discurso Semblanza
de una mujer (dedicado a su madre, 20 de agosto de 1941).
En 1937 fue nombrado embajador
en Brasil, y en Río de Janeiro escribió La
vida inútil de Pito Pérez (1938), llevada
a la pantalla grande en tres ocasiones: una protagonizada por
Manuel Medel (1943), la segunda por Germán Valdés
Tin Tan (1956) y la tercera
por Ignacio López Tarso (1969) “(…) es la
primera novela picaresca mexicana moderna (…) se publicó
por primera vez en México (Editorial México Nuevo,
1938) (…)
“El Pito
Pérez de José Rubén Romero tiene
como ambiente los pueblos de la Tierra Caliente michoacana hacia
los años veinte. Su protagonista nació en Santa
Clara del Cobre y su nombre original era Jesús Pérez
Gaona, y como lo refiere él mismo, su apodo le vino de
un pito de caña, que labró y tocaba constantemente.
Pito Pérez se vestía
como una caricatura de fifí
de la época, con restos de elegancias, envejecidas, rotas
y sucias. Bebía toda clase de alcoholes y tenía
unas hermanas extravagantes, cierta cultura y gusto por el lenguaje
prosopopéyico. Sus trapacerías y su fama lo hicieron
conocer numerosas cárceles y hospitales de los pueblos
que frecuentaba” (Ibid. P. 68).
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José Rubén Romero rodeado
de amistades
Ibid. P. 56
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Fue transferido a la embajada
en Cuba (1939-1944) donde publicó Breve
historia de mis libros. Al inicio de 1943, la Universidad
de Michoacán entró en conflicto; los bandos aceptaron
el arbitraje del presidente de la República quien propuso
como rector a José Rubén Romero. En 1946, Romero
se despidió de las letras con la obra que los críticos
consideran su mejor libro: Rosenda.
Esta novela fue llevada al cine por el realizador Julio Bracho
en 1948. También escribió para la revista Hoy
y daba charlas por radio (XEW) sobre recuerdos y anécdotas.
En 1950 la Academia Mexicana lo ascendió a miembro de
número, y pronunció el discurso titulado Mis
andanzas académicas (14 de junio).
El creador de los argumentos
y guiones de Pito Pérez
se va de bracero (1947) y Rosenda
(1948) puso en claro su relación con el cine:
“Yo tendré mucho
gusto en seguir escribiendo para el cine, y lo haré mientras
me pidan mis obras. (…) Y es que yo no hago ferias o baratas
con descuentos. Yo cobro caro, no soy ningún franciscano
para que permita que con mi poco o mi mucho talento, otros especulen
para hacer dinero. Yo sé que la obra, el autor, es la
base del buen cine mexicano”.
Aquí se hizo indispensable
preguntarle a Don José Rubén Romero, cuánto
había cobrado por lo que el cine mexicano había
llevado a la pantalla de toda su producción novelística:
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Revista de
revistas. No. 1276, 28 de octubre de 1934
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“Hasta ahora han filmado
Pito Pérez, unos
apuntes míos —según dice el contrato original—,
para aprovechar mi libro ‘Algunas cosillas de Pito Pérez
que se me quedaron en el tintero’, para hacer Pito
Pérez se va de bracero, también interpretada
por Manuel Medel. Y, finalmente Rosenda
que es lo mejor que me han pagado. (Yo
cobro caro, no soy franciscano. Habla Rubén Romero.
Por M.A. Mendoza. La Semana Cinematográfica,
No. 5, 18 de septiembre de 1948. PP. 6-7).
“—¿Cuánto?
—reiteró el entrevistador—.
Me dieron treinta mil pesos” —fue la respuesta serena.
Cifra que invita a meditar.
“Esta cifra, dicha así,
sin aspavientos, pero también sin falsa modestia de parte
del creador de Desbandada
y El pueblo inocente, es
toda una lección. Porque no puede sino felicitarse al
festivo escritor michoacano por reivindicar los fueros de los
escritores mexicanos, sean o no de cine. Porque ya era una verdadera
vergüenza que en México obtuvieran fabulosos precios
por sus ‘creaciones’ cinematográficas solamente
los escritores extranjeros. El caso del dueto argentino Pondal
Ríos y Olivari, será un cargo que llevará
siempre en la conciencia el Güero
Fernández Bustamante: sesenta mil pesos por hacer la
adaptación a la ‘grifada’ que John Steinbeck
escribió con el nombre de La
Perla. Adaptación que no sirvió —tan
mala era— y que el propio Emilio Indio
Fernández tuvo que rehacer.
“¿Qué es
entonces, lo que don Rubén establece con su actitud?
Por lo pronto, una dignificación en lo que de importancia
le toca al argumento, como parte integral en la factura de una
película. Después, el precedente saludable entre
los productores de que deben pagar —lo que se llama pagar—
a los autores. El propio don Rubén lo señalaba.
(…)
“En México tenemos
muy buenos camarógrafos, superdirectores, elementos técnicos
a la altura del mejor cine del Mundo, pero los temas humanos
se desaprovechan. (…)
“De Rosenda
decían que era muy chica la novela; que eran unas cuantas
páginas y que de ahí no salía una película.
Si ya salió —y tan bien como dicen— yo pregunto:
¿entonces cómo dio? ¿Cómo la estiraron?
No debe ser tan mala desde el momento en que les sirvió
de base. (…) Claro que llevar una buena obra literaria
al cine tiene sus dificultades; pero aquí en el cine
mexicano se tiene en cuenta el punto de vista del productor:
tiene que hacerla con determinada cantidad de dinero —el
Banco no presta sino tanto—, el punto de vista del distribuidor
que da anticipos; luego el punto de vista del adaptador y el
del director; o bien puede ser que estos sean una sola persona.
En cambio al autor rara vez le escuchan sus puntos de vista.
(…)
“La gente puede decir:
el genial director de Rosenda
o bien ‘ahí va el creador de Pito
Pérez’, refiriéndose a Medel. La
verdad es que es un poco ingrato esto. Se olvidan de quien nacieron
estos personajes, es éste viejo ¿No le parece?
(…)” (Idem)