MONTERO
García, Rafael
México, D. F., 1953 |
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| Foto de Adrián Bodek
Archivo IMCINE |
irector
y guionista. Nació el 9 de octubre de 1953 en la Ciudad
de México. Realizó estudios en el Centro Universitario
de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM (1973-1977).
Realizador de nueve largometrajes de los que destacan: El
costo de la vida (1988), Ya
la hicimos (1992), Una buena
forma de morir (1993), Crimen
perfecto (1994), Cilantro
y perejil (1995) y Corazones
rotos (2000).
Profesionalmente se ha desarrollado
en diferentes campos, entre ellos: Asistente de la máquina
de efectos ópticos en la compañía Roberto
de la Rosa, S.A. (1973); fotógrafo de documentales
producidos y trasmitidos por el Canal 13 de televisión
de la Ciudad de México (1975); asistente del director
Antonio Eceiza, en la película Mina,
viento de libertad (1976).
Para televisión realizó algunos programas
de la serie Frontera norte (1983-84) y María
Luisa Puga (1986), programa de la serie Momentos
de creación, producidas por la Unidad de Televisión Educativa
y Cultural de la Secretaría de Educación Pública (UTEC-SEP);
Saturnino Herrán (1987), producido
por la División de Comunicación e Imagen Institucional de BANAMEX;
cuatro programas de la serie Hora marcada (1989-90),
producida por Televisa; Rock a mitad de la calle
(1989) de la serie Águila o rock, producida
por la Unidad de producciones audiovisuales del Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes (CONACULTA); Desvaneciendo el silencio
(1990), documental para el Centro de apoyo a la Etnomusicología; así
como varios programas de la serie Galería
plástica (1995), producción Volcán
para Canal 22; de la serie Reto 2000 (1996),
producida por TV UNAM; de la serie México
siglo XX (1997-99), producida por Editorial Clío, Libros y videos
para Televisa; entre otros.
Su trabajo como realizador ha recibido distintos
reconocimientos, de los cuales sobresalen: La nominación
para el Ariel en la Categoría
Mejor Edición (1986) por El
eterno retorno: testimonios de los indios Kikapu. En
1987, El costo de la vida
mereció la Mención
Honorífica en el Primer concurso nacional para
escritores de cine, organizado por Televicine. En 1989, Casas
grandes: una aproximación a la gran chichimeca
recibió el Ariel
de Plata en la Categoría Mejor Mediometraje, y el filme
El costo de la vida fue
nominado para el Ariel en
varias categorías. En 1997, Cilantro
y perejil obtuvo cuatro nominaciones para el premio Heraldo,
nueve para la Diosa de Plata
y dieciséis para el Ariel.
Recibió, entre otros premios, los Arieles
como Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión
[escrito por Cecilia Pérez Grovas y Ana Carolina Rivera],
Mejor Edición y Mejor Música; así como
el premio La taquilla de oro
que otorga la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica
por haber sido la Cinta Mexicana Más Taquillera del año.
En 1998, este filme participó en más de 30 festivales
y muestras internacionales de cine. Se le otorgó el PANAMBI
como Mejor Película por voto popular en el 9º Festival
Internacional de Asunción, Paraguay.
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Rafael Montero durante el rodaje
de Corazones rotos
(Dir. Rafael Montero, 2000) Foto de Adrián Bodek. Archivo IMCINE
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Miembro activo de la Sección
de Directores del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica
(STPC); de la Sección de Autores del STPC; de la Sociedad General de Escritores
de México (SOGEM); de la Sociedad de Directores de Cine; y, de la Cooperativa
de Producción Cinematográfica Ollinyotl (SCL). Actualmente (mayo,
2001) se encuentra en la etapa de promoción del largometraje Corazones
rotos (2000), que realizó con el apoyo del Instituto Mexicano de
Cinematografía (mayo, 2001).
En entrevista para Escritores
del Cine Mexicano Sonoro, Rafael Montero considera que el guión
cinematográfico es una labor intermedia porque “el guión no
es el fin —dice— sino es un medio para realizar una película,
(...) el guión siempre ha sido visto como un camino intermedio porque finalmente
el autor de la película es el director.” Lo cual, no le resta importancia,
agrega: “(...) si no hay una historia bien estructurada aunque el director
sea muy talentoso no hay ninguna película, (...). El guión es la
base de cualquier cinta, ya después de nueve largometrajes me he dado cuenta
que si no hay una historia sólida, un guión bien estructurado no
hay una buena película al final del camino.” Para Rafael Montero,
lo más importante es la estructura [del guión] porque cuando hay
fallas en ésta, difícilmente se puede atrapar al espectador, comenta:
“(...) en ese sentido uno debe tener la imaginación para contar esas
mismas historias, que ya toda la gente sabe, de otra forma. Se debe tener la habilidad
de atrapar la atención del espectador, pienso que [el del guionista] es
un oficio de cuentacuentos (...)
Para Montero, el guión
cinematográfico no es una forma de literatura porque “(...) un guión
es muy difícil leerlo sin tener el reconocimiento de la película,
(...) el guión es una cuestión más técnica, de pronto
uno debe tener una idea y esa idea poderla desarrollar con relación a lo
que es la película, (...) el guión cinematográfico no puede
ser una obra literaria acabada sino un trabajo en proceso.” Sólo
toma un sentido literario cuando los guionistas cuentan con una personalidad fuerte
y un mundo interior interesante e intenso. Y agrega al respecto: “En ese
sentido podemos hablar de guionistas / autores, entonces, el guión sí
toma otro sentido (...)”, el literario.
Por otro lado, sí cree
que haya buenos guionistas mexicanos pero debido a la falta de apoyo los guiones
se convierten “(...) muchas veces en obras a medio camino por falta de tiempo,
recursos, apoyos, porque realmente no hay una cultura de riesgo por parte de las
productoras; entonces, yo pienso que sí hay buenos guionistas, buenos asuntos,
yo, he tenido la oportunidad de trabajar con Eliseo Alberto y Carolina Rivera,”
y reasalta el trabajo de Guillermo Arriaga, guionista de Amores
perros (Dir. Alejandro González Iñárritu, 2000), porque
le parece que realizó un buen trabajo: Un guión redondo.
Montero García, piensa que el problema del cine mexicano contemporáneo
es la carencia de una buena estructura dramática y lo compara con el cine
de los años cuarenta, dice: “(...) Al cine de los cuarenta eso fue
lo que le dio solidez, esa posibilidad de romper fronteras, rebasar las barreras,
que la Segunda Guerra, nada. Se contaban historias. Yo creo que si ahorita se
empiezan a contar historias humanas que toquen a la gente, el cine mexicano llegaría
a todos lados.” Por eso, su interés en realizar un cine sensible
a las preocupaciones, intereses y frustraciones de la gente que vive la crisis
económica permanente. “Desde Adiós
David a Corazones rotos (...) mi idea
fue hablar de esta crisis en un medio más cotidiano, de cómo vive
esta crisis una pareja anónima de la Ciudad de México, de cualquier
gente que puedas encontrar en el metro, el café, en la cola del cine. Ver
a esos seres anónimos y la manera en que viven la crisis. De qué
forma esa crisis económica, esa falta de trabajo, de oportunidades puede
afectar las relaciones de pareja, las relaciones familiares.” (Entrevista
para Escritores del Cine Mexicano Sonoro,
mayo de 2001).