MEDIZ Bolio Cantarell, Antonio
Mérida, Yucatán, 1884
México, D. F., 1957

Revista de Revistas. Año XII,
No. 1146, 1 de mayo de 1932. P. 22

 

oeta, dramaturgo, especialista en la cultura maya, político y periodista. Nació el 13 de octubre de 1884 en Mérida, Yucatán. Murió el 15 de septiembre de 1957 en la Ciudad de México. Fue uno de los más destacados promotores y estudiosos de la cultura maya durante los primeros cincuenta años del siglo XX: “Antonio Mediz Bolio fue considerado el intelectual yucateco más importante de la primera mitad del presente siglo [XX] por la amplitud y variedad de su producción literaria: Teatro, poesía, ensayo, periodismo; sin embargo, su fama actual reside únicamente en La tierra del faisán y del venado, obra iniciadora de la corriente indigenista en Hispanoamérica”. (OCAMPO, Aurora M. Diccionario de escritores mexicanos. Tomo V, México, Instituto de Investigaciones Filológicas / UNAM, 2000. P. 198).

Mediz Bolio se graduó como abogado en la Facultad de Jurisprudencia de Mérida. Inició su carrera periodística en las revistas más importantes de Yucatán: El Salón Literario (1898); Pimienta y Mostaza (1903) —en la cual publicó algunos poemas bajo el seudónimo de Radamés—; y la Revista de Mérida (1911 y 1924). Sus primeros poemas aparecieron en esas mismas publicaciones. Entre sus otras incursiones en el periodismo destacan (Idem): La dirección de las revistas La Arcadia (1905-1906); El Ateneo (1916), de Mérida; y los diarios Nueva Era; El Intransigente (1912) —para el cual suscribió editoriales bajo el seudónimo A. M. B. (las iniciales de su nombre) y artículos literarios como Bergerac (RUIZ Castañeda, María del Carmen y Sergio Márquez Acevedo. Diccionario de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias. México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas / UNAM, 2000. P. 508); y El Heraldo de México.

Partidario de Francisco I. Madero, Mediz Bolio partió al exilio en Cuba tras la usurpación de Victoriano Huerta. Desde La Habana, escribió en contra de la dictadura en El Heraldo, de Cuba. A su regreso a Yucatán, colaboró con el gobierno de Salvador Alvarado en la dirección general de Bellas Artes y, junto con Antonio Ancona Albertos, dirigió La Voz de la Revolución.

Por más de diez años se desempeñó en la diplomacia mexicana. Ocupó los siguientes cargos: Presidente de la Legación Mexicana para los Festejos del Día de la Raza en Madrid (1919); encargado de negocios en España (1920-1921) y Colombia (1921); primer secretario y encargado de negocios interino en las legaciones en Argentina (1921-1922) y en Suecia (1923-1924); y, finalmente, enviado especial y ministro plenipotenciario en Costa Rica y en Nicaragua (1925-1932).

De regreso a México, ejerció diversos cargos públicos: Director de Acción Cívica en el Distrito Federal (1932-1934); director de cultura popular del Partido Nacional Revolucionario (1936); director del Departamento de Arqueología del Museo Nacional (1937-1939); representante del estado de Yucatán en la Ciudad de México; y consultor de la Presidencia de la República durante el gobierno de Miguel Alemán. También llegó a ser precandidato a la gubernatura de su estado natal en 1933 y fue senador de la República en 1952 (OCAMPO, Aurora M. Ob. Cit. P. 197).

De forma paralela a su labor política, tuvo una destacada participación en la cultura mexicana y yucateca: “De 1935 a 1939 impartió clases de lengua y literatura mayas en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Escuela de Verano, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Perteneció a numerosas asociaciones culturales, como el Ateneo Peninsular, del que fue miembro fundador y presidente (1916); la Sociedad Mexicana de Autores, de la que fue presidente y socio de honor; la Unión Mexicana de Autores; el Pen Club de México; el Ateneo de Ciencias y Artes de México (1937); socio correspondiente de la Sociedad de Historia y Geografía de Guatemala; académico honorario de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, de la Academia Colombiana de la Lengua; miembro correspondiente, desde 1930 y, después de 1946 numerario, de la Academia Mexicana de la Lengua” (Idem). Su discurso de ingreso en la Academia fue un estudio sobre la Interinfluencia del maya con el español de Yucatán (Inventario: La tierra del faisán y del venado. Por José Emilio Pacheco. Proceso, No. 413, 1 de octubre de 1984. P. 48).

Como ya se ha mencionado, la obra por la que Mediz Bolio es recordado es La tierra del faisán y del venado (1922), en la cual “con un estilo similar al de los testimonios indígenas conservados recrea, a través de una prosa poética (o de poemas en prosa), leyendas, narraciones, ritos, consejos y profecías unidos de manera anárquica, lo que hace difícilmente clasificable este libro” (OCAMPO, Aurora M. Ob. Cit. P. 198). Él mismo describió —en una carta a Alfonso Reyes en la cual le solicitaba que escribiera el prólogo de su libro— su intención al escribir el libro y la forma en que lo concibió y escribió: “He pretendido hacer una estilización del espíritu maya, del concepto que tienen todavía los indios (filtrado desde millares de años) sobre sus orígenes, su grandeza pasada, sobre la vida, la divinidad, la naturaleza, la guerra, el amor, todo dicho con la mayor aproximación posible al genio de su idioma y a su estado de ánimo en el presente... He pensado el libro en maya y lo he escrito en castellano...” (Inventario: La tierra del faisán y del venado, Ob. Cit. P. 49). Su interés por el estudio y la difusión de la cultura maya lo llevó a realizar la primera traducción completa del Libro de Chilam Balam de Chumayel al español.

Mediz Bolio fue considerado como el dramaturgo más valioso del período carrancista y funcionó como puente entre Federico Gamboa, Marcelino Dávalos y los Pirandellos (Catalina D’Erzell, Ricardo Parada León, Julio Jiménez Rueda, Víctor M. Diez Barroso): “Se inició escribiendo dramas a la manera española, primero, bajo la influencia de Echegaray y, más tarde, de Benavente; posteriormente, intentó nuevos tipos de teatro, como zarzuelas, dramas musicalizados, un teatro de compromiso social —del que dan muestra La ola [estrenada en 1917, “una de las primeras piezas sobre la revolución” (Ibid. P. 48)], El verdugo [estrenada en 1910] y La fuerza de los débiles [estrenada en 1920]—, y estilizaciones del pasado mexicano como La flecha del sol [estrenada en 1918] y El sueño de Iturbide” (OCAMPO, Aurora. Ob. Cit. P. 198). Por otra parte, su poesía es considerada modernista, con toques románticos, y demuestra interés y simpatía por el mundo indígena. Entre sus poemarios se cuentan: Evocaciones (1903), La casa del pueblo del Mayab (1928), La cuatro Colmayel y La tierra es mía (1953). Aparte de estas actividades específicamente literarias, también fue el autor de la letra de varias canciones populares, como El caminante del Mayab y Yucalpetén, ambas musicalizadas por Guty Cárdenas.

Arturo de Córdova en escena de La noche de los mayas
(Dir. Chano Urueta, 1939)
Acervo Cineteca Nacional

Aunque su labor como argumentista, adaptador y director de cine no fue muy extensa, destaca el argumento para La noche de los mayas (Dir. Chano Urueta, 1939), película cuya filmación supervisó. El reparto de esta última fue admirado en su época: “Isabela Corona debutó en el cine con la película La noche de los mayas. También apareció por vez primera en la pantalla, Luis Aldás, quien acababa de llegar de su patria, Argentina. La cinta está basada en una novela de Antonio Mediz Bolio, el destacado escritor yucateco. También trabajaron en esta cinta Arturo de Córdova, Estela Inda y otros famosos actores. Un reparto que en la actualidad sería muy difícil volver a reunir. Y aunque parezca inverosímil, la dirigió Chano Urueta, que por aquel entonces, no clasificaba como orate”. (Entre usted y yo... Por Federico de León. Revista de Revistas, No. 2294. P. 71).

Sin embargo, otras dos películas con argumento suyo, no recibieron críticas tan favorables: Sobre el argumento de La selva de fuego (Dir. Fernando de Fuentes, 1945), se dijo que “tal como se desarrolla en la pantalla, [es] intenso y vigoroso, [pero] tiene en cambio algunas fallas.” (Música-Cine. Tiempo, Vol. III, No. 190, 21 de diciembre de 1945. P. 37). Deseada (Dir. Roberto Gavaldón, 1960), adaptación de la obra La ermita, la fuente y el río, del autor catalán Eduardo Marquina, no fue bien recibida en su época por algunos críticos por aventurarse a adaptar una obra “castellana” a “un medio indígena de Yucatán”, a pesar de lo cual, le reconocían “la autenticidad del ambiente, y los personajes mayas. La intervención de don Antonio Mediz Bolio en la adaptación es por sí una garantía.” (Se apaga la luz. Por Arturo Peniche. El Nacional, segunda sección, No. 7929, 12 de abril de 1951. P. 1).

En sus últimos años de vida fue colaborador del periódico El Nacional, con la columna Cosas pasadas.