MAGDALENO Cardona, Mauricio
Villa del Refugio, Zacatecas, 1906
México, D. F., 1986
 
Archivo Escritores del Cine Mexicano Sonoro

acido en Villa del Refugio, Zacatecas, el 13 de mayo de 1906, el escritor Mauricio Magdaleno Cardona perteneció a una generación de novelistas de grandes alcances y profundas renovaciones. Es sin lugar a dudas, uno de los grandes narradores de la Revolución Mexicana. Murió en la Ciudad de México, el 30 de junio de 1986.

Novelista, dramaturgo y ensayista, Magdaleno formó parte de uno de los equipos creativos más connotados del cine mexicano: Emilio Indio Fernández, como director; Gabriel Figueroa, como cine-fotógrafo, y él como guionista, contribuyeron a crear obras de la talla de Flor silvestre (1943), María Candelaria (1944), Río escondido (1947), Salón México (1948), Pueblerina (1948) y La malquerida (1949).

Después de estudiar en la Escuela Nacional Preparatoria, un año de Derecho y en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional, en 1929 participó activamente en la campaña de Vasconcelos en el Frente Nacional Renovador. Magdaleno relató esta experiencia en su obra Las palabras perdidas (1956). Cuando renunció a estudiar Derecho, Magdaleno incursionó en el periodismo, esfera a la que permanecerá ligado durante casi toda su vida, desde El Demócrata (1923), hasta Excélsior, donde publicó parte de su última novela La noche cerrada (1986); pasando por El Nacional y El Universal, diario al que servirá por más de veinte años ininterrumpidos.

Su producción literaria comenzó con el cuento La mañana de Schaharazada (1925) y la novela Mapimí 37 (1927), que lo llevó al depurado ejercicio del ensayo y a la creación cinematográfica, y desde entonces a la proyección del escritor completo. Magdaleno escribió las obras Pánuco 137, Éxito, Bajo el cielo vacío, Volviendo a crear el mundo y Emiliano Zapata.

En 1931, Magdaleno volvió a reunirse con Juan Bustillo Oro, compañero del vasconcelismo. El secretario de Educación Pública, Narciso Bassols, les brindó apoyo para emprender el proyecto teatral que los nóveles escritores llamaron Teatro de Ahora. Su propósito era el crear un teatro de “sentido social, antiburgués y revolucionario”.

Influenciados enormemente por las propuestas de Erwin Piscator (1893-1966), teórico y director teatral, que en los años veinte fue uno de los representantes del teatro berlinés de agitación política, y que además entendía el teatro como elemento de educación revolucionaria para las masas. Los jóvenes dramaturgos contaron además con el Teatro Hidalgo de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y la colaboración de David Alfaro Siqueiros y Carlos González en el diseño de la escenografía. El esfuerzo de Mauricio Magdaleno y Juan Bustillo Oro no logró uno de sus propósitos iniciales: La presencia del gran público. Aunque su experiencia fue innovadora, encontraron también la crítica recia de espectadores como Salvador Novo, que marcó distancia y atacó al Teatro de Ahora, llamándolo Teatro de Nunca o Teatro del mes antepasado.

Archivo Escritores del Cine Mexicano Sonoro

Para finales de 1933, lograron reanudar su experimento teatral con dos obras: Trópico, de Magdaleno, y San Miguel de las espinas, de Bustillo Oro, escritas en España, donde radicaron de julio de 1932 a abril de 1933. Antes de partir a Europa, en 1932, Mauricio Magdaleno y Bustillo Oro firmaron un contrato con Roberto Soto para la creación de cuatro obras para Teatro de revista: El pájaro carpintero, El periquillo sarniento, Corrido de la Revolución y Romance de la conquista. Días después del estreno de El periquillo sarniento, Magdaleno y Bustillo Oro salieron a España, sin poder ser testigos del éxito completo de sus obras.

“El viernes 1o. de julio [1932] fue estrenada la primera de estas piezas folklóricas con el nombre de El periquillo sarniento, siendo sus autores Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno, y le siguió El corrido de la Revolución de las mismas firmas. La música del maestro Federico Ruiz y los decorados de Aurelio Mendoza completaron la labor de los bizoños libretistas, que triunfaron ruidosamente con estas sus primeras producciones revisteriles” (Nuestro año teatral. Por Roberto El Diablo. Revista de Revistas. Año XXII, No. 1181, 1o. de enero de 1933. P. 19).

Bassols siguió apoyando a los jóvenes escritores y les aseguró los pasajes para el viaje al viejo continente. Apoyo que Mauricio Magdaleno recordó décadas después en Cuadernos de la Cineteca Nacional (1976): “…Nos mandó a España por casi dos años: 1932 y 1933. Él quería tener vínculos con el gobierno republicano; nos dijo: Si desean recorrer Europa, háganlo, pero nada más de pasada, no me gustaría verlos en París, sino de amigos de la gente de la República Española”. (Testimonios para la historia del cine mexicano. Cuadernos de la Cineteca Nacional, No. 3, México, Cineteca Nacional, 1976. P. 27).

Magdaleno fue admitido como socio de número en el Ateneo de Madrid, donde leyó trabajos sobre la situación cultural y artística de México (octubre-noviembre, 1932). Martín Luis Guzmán, director del periódico El Sol, le publicó dos novelas: El compadre Mendoza y El baile de los pintos, ambas publicadas posteriormente en México al aparecer la edición de su novela Concha Bretón (Botas, 1936).

De vuelta en nuestro país Magdaleno concluyó su experimento del Teatro de Ahora, trabajó en la SEP y emprendió su intervención cinematográfica como argumentista de Tiburón (1933) y El compadre Mendoza (1934). Con el rodaje de Tiburón en julio de 1933, Mauricio Magdaleno inició su intervención en la filmoliteratura, que durará hasta 1961 con la película Pueblito (Dir. Emilio el Indio Fernández).

La primer etapa fue caracterizada por la creación de argumentos en compañía de Juan Bustillo Oro, aunque la mayoría quedarían inéditos, tales como: Bolívar, el Libertador de América o El sueños de Bolívar (1933); Entre volcanes (1933), Nocturno a Rosario y Los ojos del amor o Misterio (ambas de 1933).

Creció su obra: Su tierra, su origen, aparecen en la novela Campos Celis (1935), su fascinación por la ciudad la expondrá en la novela Concha Bretón (1935), su vida de escritor tendrá muchas coincidencias con la del personaje de su novela Sonata (1941), Juan Ignacio Ugarte. La novela El resplandor (Botas, 1937), será traducida a varios idiomas; mientras que su novela La tierra grande fue publicada en 1947.

Magdaleno publicó sus ensayos: Vida y poesía (1936), Hostos y Albizu Campos (1939), Fulgor de Martí (1940); además de los estudios y selecciones: José María Luis Mora, El civilizador (1935), Pueblo y canto (1939), Reglas y Ordenanzas para el Gobierno de los Hospitales de Santa Fe de México y Michoacán (1940), El gallo pitagórico (1940) y La linterna mágica (1941).

Escribió artículos para el periódico El Nacional, desde octubre de 1933 hasta octubre de 1935, y se desempeñó como editorialista de enero a junio de 1935. En las páginas de este diario también aparecieron publicadas sus novelas: Tránsito de domingo y El agua del sur, entre otras.

En enero de 1936, Magdaleno se integró a la sección editorial de El Universal, donde aparecieron sus artículos cada martes durante casi veinte años ininterrumpidos, además de que éstos empezaron a publicarse en otros países. Simultáneamente ocupó diferentes cargos en el gobierno federal y se incorporó a la docencia. En 1936 fue nombrado integrante del Consejo Técnico Teatral de la Ciudad de México, cargo que desempeñaría hasta 1939.

Su pasión por la música lo llevará a meterse de lleno al cine. Él mismo lo revela en Cuadernos de la Cineteca (1976): “Un día, en plenas labores en Bellas Artes, fue a verme Carlos Chávez, el músico y me pidió que lo presentara a Jesús Grovas. Quería que hiciéramos una cinta y me dijo: —Tú la escribes, yo estoy hambriento por hacer un filme sobre Mozart o Tchaikovsky. —Mejor de este último, porque creo que su vida tiene momentos melodramáticos, que son más sencillos.

Fuimos a ver al señor Grovas, a quien estas cosas le importaban un demonio, pero Carlos Chávez, hombre de mucho tesón, de gran voluntad, me dijo:

—Tengo un amigo a quien conocí en Estados Unidos: Agustín Fink, un gran productor. Este no tenía dinero suyo, sino de un grupo de franceses de El Puerto de Veracruz, El Palacio de Hierro, de toda esa gente; sin embargo, él se responsabilizó de ese dinero y lo triplicó.

Estuvimos en casa de Fink, cenamos, nos sirvió el café, un cognac y yo seguí en plan estrictamente de cine, en plan dramático. Ya al final me dijo [Fink]: —Mire usted, esa película no se puede hacer. (Él sí sabía de Tchaikovsky, era un melómano). No tenemos nieve, ni sentimos eso, pero en usted hay un dramaturgo, de modo que quiero que me ayude. Ya he hablado con gente que va a trabajar conmigo, que no está tan acreditada, ¿usted conoce al Indio Fernández?

—No señor, pero he visto La isla de la pasión.
—¿Y qué le parece?
—Pues una cinta hecha sin dinero, muy pobre, en la que hay un hombre que sabe manejar esas cosas. […]” (Cineteca Nacional, Ob. Cit. PP. 28-29)
“Y me ponen a ese señor de El resplandor”, ordenó Agustín J. Fink. Es así como Magdaleno se suma a la creatividad de Emilio Fernández, Gabriel Figueroa, Dolores del Río y Pedro Armendáriz; pero sobre todo, pasará a formar parte de la tendencia que lleva a los escritores a introducirse de lleno a la actividad cinematográfica.

De tal suerte que cuando Mauricio Magdaleno decide incorporarse al grupo formado por Fink, para trabajar en Flor silvestre (1943), otros escritores habían empezado o iniciaban su colaboración para el cine: Max Aub en Distinto amanecer (1943) y El globo de cantoya (1943); Luis G. Basurto en El rosario (1943); Rómulo Gallegos en Doña Bárbara (1943); Celestino Gorostiza en El indio (1938), Refugiados en Madrid (1938), La guerra de los pasteles (1943) y Naná (1943); Renato Leduc en La dama de las camelias (1943); Rafael F. Muñoz en Vámonos con Pancho Villa (1935), Refugiados en Madrid (1938) y Cinco fueron escogidos (1942); Salvador Novo en La zandunga (1937), Perjura (1938), El capitán aventurero (1938), El signo de la muerte (1939) y Recordar es vivir (1940); Rafael Solana en La guerra de los pasteles (1943); Xavier Villaurrutia en Vámonos con Pancho Villa (1935), Cinco fueron escogidos (1942), El espectro de la vida (1943), La mujer sin cabeza (1943), Distinto amanecer (1943), y Rodolfo Usigli en Resurrección (1943), por citar algunos.

De su gran obra cinematográfica, este escritor fue reconocido por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas en varias ocasiones: Ariel de Plata en 1949 para el Mejor Argumento Original por Río Escondido (1947), al igual que varias nominaciones: 1946, Mejor Adaptación para Entre hermanos, considerado por muchos críticos de su tiempo como modelo de guión; 1950, Mejor Adaptación y Argumento original por Pueblerina (1948); 1951, Mejor Argumento original por Vino el remolino y nos alevantó (1949); y 1954, Mejor Adaptación por Las tres perfectas casadas (1952).

Pueblerina (Dir. Emilio Indio Fernández, 1948)
E
l arte de Gabriel Figueroa, Artes de México, No. 2, invierno de 1988. P. 67

Con Pueblito (Dir. Emilio Indio Fernández, 1961), dejó a su paso una estela de acontecimientos cinematográficos. Su intervención fue reconocida en 55 películas: 22 al lado del grupo dirigido por Emilio Fernández, 4 con Emilio Gómez Muriel, y 3 con Roberto Gavaldón.

También trabajó con Ramón Peón, Fernando de Fuentes, Miguel M. Delgado y Julio Bracho, dos producciones con cada director; e interviene en una cinta, con Joselito Rodríguez, José Díaz Morales, Juan Bustillo Oro, Chano Urueta, Antonio Momplet, Fernando Soler, Gilberto Martínez Solares, Luis Buñuel, Tito Davison, Fernando A. Rivero, Ernesto Cortázar, Julián Soler y René Cardona: El cine mexicano completo.

Además de las cuatro películas que el propio Magdaleno dirigió: El intruso (1944), Su gran ilusión (1944), La fuerza de la sangre / Del mismo barro y La herencia de la llorona (1946), experiencia que recordó tiempo después:

“[…] En realidad jamás volví a dirigir y nunca lo haré otra vez: Fue una experiencia muy frustrante, yo no dominaba el oficio. Podía visualizarlo, cerrar los ojos e imaginar las escenas, a la hora de llamar: ¡Cámara! me daba cuenta de que no era lo que yo deseaba”. (Cineteca Nacional, Ob. Cit. P. 31)

En los años cincuenta publicó sus cuentos El ardiente verano (1954) y Ritual del año (1955) y se prestó a iniciar una carrera política como senador de la República, durante el sexenio de Adolfo López Mateos y posteriormente como subsecretario de Asuntos Culturales en la época del presidente Gustavo Díaz Ordaz, para terminar su etapa en el cine: “Así terminé con el cine y no quiero volver, jamás, mientras viva”, y agregó:

“Dejé el cine porque me hizo daño, vivía con una bencedrina diaria. Una vez fuimos a ver películas del oeste, que me gustaban, descansaba con ellas. Estaba sudando frío, total, voy al baño, ¡no que baño!: me quedé ahí acostado en uno de los divanes –que tan malo estaría—; no me importaba que la gente me viera, las personas que pasaban pensarían que estaba borracho (…) Ya [Gustavo] Baz había venido por mí y me dijo: —Me dejas esas bencedrinas; un paro cardiaco y no lo cuentas. Estuve enfermo como unos ocho días. Me compuse y las dejé.

Yo ya no quería hacer películas, y me propuse no volver a realizar una; escribía Cita de amor, pero ya era el final de mi carrera” (Idem, P. 35).

Tendría su recepción en la Academia Mexicana de la Lengua (1958); y su inclusión en el patronato del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana desde 1976. Su novela póstuma La noche cerrada (1985-1986), quedaría inconclusa.

La llama se agotó, el final lo provocó un enfisema pulmonar, ese fugaz instante del día 30 de junio de 1986.

MEDINA Ávila, Virginia. Mauricio Magdaleno: El crédito que nadie lee. El guión cinematográfico, literatura para ser admirada. Tesis de Maestría en Letras Mexicanas. México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1998, 287 PP.